lunes, 13 de mayo de 2019

Espuma, cormoranes y focas


Si te aproximas a la Isla del Oso desde el suroeste puedes pensar que no es más que uno de esos peñascos sin vida en los que solo las matas de brezo sobreviven. No es posible ver desde allí el castillo que se recorta contra el cielo gris, ni el puerto seguro, ni la ciudad, pequeña pero moderadamente alegre, como todos los que allí viven.

Puedes pensar que vas a morir allí, contra los acantilados, llevado de un lado a otro por las corrientes marinas, despeñado contra las rocas, sin más posibilidad que la de acordarse de los que nos amaron alguna vez o de los que nos hicieron algún mal, según el talante de cada uno. No es hasta que uno ya está suplicando por su vida cuando advierte la diminuta playa que se abre bajo la piedra desnuda y, sin embargo, fue en esa playa donde la muchacha encontró al hombre, al que confundió con otro cadáver de los que el mar arrojaba a la orilla.

El hombre tosió y la muchacha, que se llamaba Maeve y que ya había visto más mundo del que le correspondía, se acercó con un palo. Que estuviera débil ayudó a que le prestara auxilio, que fuera bien parecido fue otro punto a favor, pero que tuviera entre las manos un pesado medallón de oro fue lo que sin duda hizo que la balanza cayera de su lado.

Lo acomodó en una cueva, le dejó su pañuelo, un manto pesado y gris que había visto tiempos mejores, y le prometió que volvería con agua y comida. Cuando volvió horas más tarde el hombre parecía recuperado y del medallón no había ni rastro. Se tragó su desilusión aunque en el fondo se alegraba de que no estuviera muerto, pues aunque vivía en una granja pobre que se abría al mar y en la que el heno nunca prosperaba en realidad tenía buen corazón. Pensó que se le había hecho demasiado tarde y estaba dispuesta a marcharse cuando el hombre la detuvo.

–No te vayas. Ayúdame y serás recompensada.  Me llamo James y próximamente llegará hasta la casa del señor de Innis un hombre que se hará pasar por su hijo perdido, pero solo es un engaño para hacerse con su herencia. Tienes que avisarle.

James  tosió de nuevo y Maeve pensó que se moriría allí, en esa cueva apestosa, y que tendría que rebuscar entre sus ropas para dar con el medallón. Sin embargo, su respiración se serenó y la muerte pareció marcharse, y con ella su esperanza de poder abandonar la isla sin mirar atrás.

–¿Y cómo va a confiar en mí? Quizás si me das algo que haga que me crea…– quería poner las manos sobre el medallón cuanto antes pero entonces el asombro asomó a su voz–. ¡Eres su hijo! ¡El que todo el mundo cree que se ahogó!

James  se echó a reír entre toses y Maeve lo vio más atractivo que nunca, porque todo el mundo sabe que los herederos tienen un brillo especial.

-No lo soy, pero siempre se portó bien conmigo y quiero devolverle el favor. No creas que no he visto como miras el medallón pero mejor olvídalo. Si me mataras e intentaras venderlo solo atraerías la ruina y sería una pena para una chica tan bonita.

Sin embargo, cuando al día siguiente  Maeve fue a hablar con el señor de Innis descubrió que el anciano ya estaba celebrando la vuelta de su hijo perdido. Por más que pidió hablar con él no la dejaron pasar pero le dieron dos empanadas calientes, porque el señor de Innis era un hombre justo al que le gustaba hacer partícipes a otros de su alegría.

Volvió al lado de James y le dio una de las empanadas, a la que tan solo le faltaba un mordisquito, y él hizo como si no lo viera. Tras contarle todo James se puso en pie trabajosamente.

–Ayúdame, tengo que llegar a su casa cuanto antes.

Fueron por el camino salpicado de brezo hasta llegar al castillo, y el paseo fue lo bastante largo como para contarle la historia. Habían sido amigos, él y el heredero, y juntos marcharon a correr aventuras. El hijo murió, sin embargo, pero no sin que antes no se hubieran percatado de su enorme parecido con aquel hombre, Robert, que ahora había usurpado su lugar. Un hombre con el corazón negro, que había estado a punto de matarlo y al que no le importaba engañar a un anciano que soñaba con la vuelta de su hijo.

Llegaron hasta el señor de Innis y su bienamado hijo, cuyas mejillas palidecieron al verlo, y que tembló de ira tras exponer James el engaño.

–¡Mientes!- fue lo único que alcanzó a decir.

–No miento– dijo James con calma y extrajo entonces del bolsillo el medallón, que solo despertó codicia en sus ojos–. Mi señor, aquí tengo el medallón que vuestro hijo siempre llevaba consigo.

–Lo habré perdido–repuso Robert rápidamente.

–Claro, lo habréis perdido. Pero entonces seguro que recordareis qué inscripción guarda en su interior.

–¿Hijo?- la mirada vidriosa del anciano se rompió y en ese momento Robert se abalanzó sobre James, intentando arrebatarle la joya.

Fue Maeve quien lo paró, asestándole un buen codazo, pues no había llegado hasta allí para ver cómo le birlaban el medallón de oro delante de las narices. Y porque había quedado conmovida por la triste historia del señor de Innis, también.

Robert  fue apresado y el señor de Innis lloró de nuevo a su hijo, esta vez de manera definitiva. Nombró su heredero a James, pues más vale un hombre bueno que un hijo muerto, y cuando este se casó con Maeve fue dichoso, aunque su alma ya volaba lejos. James y Maeve fueron felices, a su manera, como lo son todos los habitantes de la Isla del Oso, y no hay una vez que no baje hasta la playa escondida que no me acuerde de ellos.


lunes, 14 de septiembre de 2015

A veces me gustaría creerme el horóscopo



Ah, que monos...


 Hace unos cuantos meses necesitaba informarme acerca de cómo funciona exactamente el Tarot y el significado de las cartas para un relato corto que estaba escribiendo (no, no está terminado aún, no preguntéis por él), de modo que, desafiando cualquier tipo de cordura, empecé a bucear por páginas esotéricas y en una de ellas di incluso el mail que tengo para las chorradas de Internet (que, como imagináis, no es en absoluto el mismo que utilizo para las cosas serias). 

 Sí, ya sé que es un error, no hace falta que me lo digáis. 

 Desde ese día me han llegado mails avisándome de que mi marido me va a ser infiel y me va a abandonar, que mis hijos pueden tener problemas muy graves en un futuro próximo, que mi amor verdadero esta a puntito de aparecer (un par de veces por semana, más o menos) y que tengo un caso claro y gravísimo de mal de ojo. Cada quince días más o menos me avisan de que mi vida va a dar un cambio radical (a mejor, siempre) y que me espera un futuro maravilloso, pero sólo (ay) si realizo un sencillísimo hechizo que solo me tomará unos diez o quince minutos.

 Nunca lo he intentado, así que quizás por eso mi vida sigue siendo una mierda...

 Confieso que soy incapaz de darme de baja porque me enternece lo mucho que se preocupan estas señoras por mí, ya que todas ellas afirman que ni duermen ni comen pensando en mi gravísimo caso, y son tan buenas personas que sólo me cobrarán alrededor de tres euros el minuto si decido hablar con ellas para solucionar mis múltiples problemas, que no son pocos. 

 Me encantaría ser mucho mas crédula, os lo prometo de corazón. Me gustaría creerme todo lo que me dicen los horóscopos y estas señoras tan bienintencionadas pero no sé por qué pero me cuesta, oye, me cuesta... Mirad por ejemplo este horóscopo, que me dice que me lance, que me atreva, que no mire atrás... y yo aquí, con miedito, o como diría mi hermana, con más miedo que siete (no me preguntéis a qué siete se refiere porque NO LO SÉ). 

Mamá, Papá, Batman, la culpa la tienen estos


 ¿No sería maravilloso poder culpar de todos nuestros errores al horóscopo? ¿Delegar toda responsabilidad en algo tan aleatorio como tu fecha de nacimiento o una baraja de cartas? De todo esto, precisamente, iba ese relato, de modo que igual ha llegado el momento de terminarlo.

lunes, 7 de septiembre de 2015

The Body Shop y el té verde. Capítulo nuevo de una vieja adicción.

Muy cuqui todo


A estas alturas, deciros que soy muy adicta al té sólo puede provocar bostezos mal disimulados y gritos de Oh, por favor, corta el rollo. Sí, soy una adicta, pero es que de verdad que me parece que no llegáis a entender todo el drama de mi situación. Y es que hay muchas empresas que sólo piensan en aprovecharse de las pobres adictas como yo.

Como, por ejemplo, The Body Shop. Que no os engañen con eso de que tienen productos naturales y demás cosas bonitas. La cruda realidad es que son personas malvadas que intentan sacarme el poco dinero que tengo con promesas de geles de ducha que huelen divinamente y mantecas corporales que te dejan la piel como la de Cleopatra después de haberse hecho unos largos en la piscina de leche de burra.


A ver quién dice que no a tener la piel como la de Cleopatra.

Todo esto viene porque The Body Shop (recordad, son muy malos conmigo) ha puesto a la venta una colección basada en el té verde. Vale, hasta aquí todo normal. Hay miles de marcas que tienen productos parecidos y, si os soy sincera, prefiero los olores dulzones o florales y el té tomármelo calentito. Todo esto sería lo normal, pero como ya os he dicho, no contaba con lo que las diabólicas mentes pensantes de esta empresa me tenían preparado. 

Fijaros por un momento en la imagen de arriba, la que abre este artículo. ¿Qué es lo que veis? Un montón de botes de potingues, ¿verdad? Pero... ¿no os llama la atención ninguno en especial?

Porque a mí sí. Esta fue la misma imagen que yo vi y no pude evitar fijarme en la lata metálica y el infusor. Lo primero que pensé  fue Ah, han sacado también té para beber y la verdad es que no me extrañó mucho, de hecho es algo que pega bastante tanto con la colección como como con la filosofía de la marca de llevar una vida de belleza natural y demás.

Pero no. Su maldad no conocía límites.

Eso que veis, niños y niñas, en realidad es un infusor PARA LA DUCHA. Y lo que está en la lata metálica es una mezcla de sales de baño, con té verde y aloe vera que promete un baño antioxidante, relajante y no sé cuantas cosas más porque, si os soy sincera, desde que vislumbré la posibilidad de darme un baño de té mi mente dejó de funcionar como es debido

Maldad en estado puro


¿Son o no son retorcidos? 

A todo esto tengo que admitir que no lo he probado. Mi economía no es precisamente boyante en este momento (por decirlo de una manera suave y fina, si estuviéramos en la calle os diría que no tengo un puto duro) y, la verdad, tengo gastos más urgentes que darme un baño bajo un infusor de té gigante (por mucho que quiera hacerlo, ojo). Además, no tengo ninguna tienda de esta marca cerca (la más cercana queda en Sevilla, creo) para poder olisquear y probar antes. 

De modo que este es mi drama, mi triste adicción al té (y derivados). Ya lo sabéis. Si continuáis queriéndome es que es amor verdadero.  

martes, 1 de septiembre de 2015

NaNoWriMo en Septiembre. SÍ, QUÉ PASA.

Ah, qué divertido es escribir novelas

Dicen por ahí que estoy un poco loca, y la verdad es que estoy demasiado ocupada adecentando Sarahlandia como para preocuparme. Tengo que admitir, sin embargo, que a veces tienen razón y se me ocurren ideas que podríamos llamar, umm, peculiares.

Como celebrar un NaNoWriMo en Septiembre, por ejemplo.

Soy consciente de que la palabra celebrar poco tiene que ver con la realidad del nano (el termino correcto sería sufrir como una perra) y que, en realidad y por definición, el NaNoWriMo se celebra en Noviembre pero ya veis, así soy yo. 

¿Por qué Septiembre?

A ver, podría engañaros. Podría deciros, y en realidad no faltaría a la verdad, que Septiembre es un mes de comienzos, de nuevas ilusiones y blablabla, pero la realidad suele ser mucho más prosaica. Ojo, no me malinterpretéis. Adoro Septiembre, creo de verdad que el año lo marca el calendario escolar más que las tradiciones uvas y polvorones, pero en este caso ha sido una cuestión de pura conveniencia personal.

Por cuestiones que no vienen al caso al menos hasta finales de Septiembre voy a tener muy poco trabajo de modo que quería aprovechar el tiempo en algo más o menos útil (si se puede considerar útil desbarrar una chorrada tras otra en páginas de Word). Además, se da la circunstancia de que quiero escribir UNA COSA para presentarla a un certamen que termina en Noviembre, de modo que, o empiezo ya, o no me da tiempo.

No estoy segura de que me vaya a dar tiempo, en cualquier caso, pero si algo hemos aprendido después de tantísimos años de nano es que hay que dejarse llevar con histérica confianza y ya veremos lo que pasa cuando termine el mes.

Resumiendo, tengo que escribir una novela en el mes de Septiembre. Como veis, he escrito Tengo que y no Voy a porque en este proyecto en concreto prima más la necesidad que otra cosa, aunque no os voy a mentir si os digo que tengo ganas de hacer realidad este proyecto. Después de muchos años en el tintero, un par de intentonas frustradas y muchas y muy diferentes divagaciones, por fin se va a materializar.

El objetivo, como en cualquier nano, son cincuenta mil palabras de basura de novela y, ay, aún no he empezado y ya estoy muy nerviosa. Mi poder de convocatoria es bastante limitado, pero aún así hay gente que ha decidido embarcarse en esta locura conmigo. Si vosotros también tenéis ganas de pasarlo muy mal escribir una novela en Septiembre, únete al grupo. 

Os iré contando la evolución de mi basura novela aquí y a través de Twitter, donde, por cierto, voy a estrenar el hashtag #nanoloco porque bueno, es fácil de recordar, ocupa poco y es resultón. Que no se diga que no soy práctica.

Bueno, pues ya sólo queda ponerse a escribir. ¿Os animáis? 


viernes, 22 de mayo de 2015

martes, 2 de septiembre de 2014

Wilkie Collins SÍ revisaba sus manuscritos

Y parece un tío serio y todo... 

Cuánto se sorprendería el público si supiera que todo escritor digno de ese nombre es el más severo crítico de su libro antes de que este caiga en manos de los reseñadores. El hombre que ha escrito una página con todo su fervor es el mismo que al día siguiente se sienta y la juzga sin piedad. 

Estas sabias palabras pueden leerse en La sotana negra, una magnífica novela de mi adorado Wilkie Collins de la que podéis leer la reseña que escribí para Papel en Blanco. Creo que es cierta, al menos en la mayoría de los casos, que todos hemos leído alguno de esos libros que parecen haber sido publicados sin que el autor (ni el agente... ni la editorial... ni los operarios de la imprenta...) les hayan dado más que una mirada superficial.

Por supuesto, Wilkie Collins era de la misma opinión, y sus libros a veces eran sometidos a hasta cinco procesos diferentes de revisión, entre revisiones propias, del manuscrito del copista, de la imprenta, etc De hecho, aunque la personalidad juerguista de Wilkie (ejem) nos despiste (el hecho de tener dos familias paralelas no es que ayude, claro), en realidad en lo que se refería a la escritura era un trabajador incansable.


Junto a la ventana de su estudio en Gloucester Place había una gran mesa para escribir, al lado de un viejo escritorio, el mismo que había utilizado desde sus años de escolar. Al lado había una caja que contenía las notas que utilizaba en sus relatos y para crear sus personajes. También había dos libros de recortes de periódico, uno titulado "Notas para escenas de incidentes" y el otro "Notas para personajes". Cuando finalizaba un manuscrito, lo revisaba y lo entregaba al copista, y el manuscrito de este era sometido a dos revisiones más antes de enviarlo a la imprenta. A continuación se revisaban las pruebas de imprenta, y cuando la novela, después de su serialización, aparecía en forma de libro, se volvía a corregir. 

Este extracto está sacado de la excelente introducción de Damià Alou para la edición de Cátedra, y nos da una idea bastante exacta de lo que era la vida de escritor de Mr. Collins. Una vez más, nos encontramos con la refutación de ese mito del escritor como alma atormentada que escribe en arrebatos y se dedica, básicamente, a transcribir lo que la inspiración divina le dicta.

Por suerte, o por desgracia, no es así, y la dura realidad es que para conseguir una obra de calidad hay que trabajar. Y mucho. Y a veces, ni siquiera trabajando (mucho) se consigue algo que resulte potable...  

miércoles, 27 de agosto de 2014

Clint Eastwood te enseña a trabajar (y ya de paso, a vivir)

"Seguro que dentro de unos años seguiré molando"

No os equivoquéis. No soy una superfan de Clint Eastwood. No es que no me guste, ojo, pero más allá de la admiración que me produce su capacidad para reinventar su carrera lo cierto es que no pienso mucho en él. 

Tampoco me malinterpretéis. Pasar de ser un icono del western a uno de los directores de cine más respetados no se consigue porque sí, eso está claro. Y mucho más claro me quedó cuando el otro día leía lo que se supone que es su filosofía de trabajo y, en fin, de vida. Y es que el actor y director resumía su trabajo tal que así:

Hagas lo que hagas en la vida, hazlo bien. Llega a tu hora, trabaja lo mejor que puedas y trata a la gente como te gustaría que te trataran a ti. Y después lárgate. 


Fácil y obvio, ¿no? Y sin embargo, pocas veces lo hacemos, y estoy segura de que siguiendo estas reglas tan sencillas (y tan obvias, todo hay que decirlo), el mundo sería un sitio mucho más agradable donde dejarse caer de vez en cuando. 

De modo que, con su permiso Mr. Eastwood, le voy a copiar las ideas. O al menos lo intentaré con toda mi buena voluntad, especialmente eso de llegar a la hora, que ya sabéis que al final siempre llego corriendo a todas partes porque se me van las horas, se me van...