lunes, 10 de septiembre de 2012

Los niños del maíz, esas benditas criaturas

Criaturicas...

Hoy, por fin, ha empezado el colegio. Y por fin, también, han cerrado la piscina de mi urbanización. Hala, niños, a dar por  saco a vuestros profesores...

Vivo en una urbanización de veraneo durante todo el año. Tope guay. Piscina privada y playa a menos de 200 metros. Da igual que yo no me meta en el agua a no ser que esté a más de 30º, eso es lo de menos, porque mi urbanización mola. Es muy tranquila, tengo las clases de Pilates justo al lado y puedo pasear por un río con un cuco puentecito rojo.

Da gusto vivir aquí, excepto en verano. Ay, el verano. En verano, nuestra urbanización es invadida por los niños del maíz, y todos sabemos que Stephen King escribió ese relato después de pasar un par de semanas aquí. O menos.

Los niños del maíz son una criaturas de edad variable, entre tres y catorce años, con algunas excepciones. Tienen unos hábitos vitales mayormente nocturnos, aunque también salen a la hora de la siesta a jugar a Marco Polo en la piscina. Se les ve de noche, en pequeños grupos de no menos de cinco o seis, y pasamos miedo, mucho miedo.

Ahí estás tú, dándole al mando que abre la puerta de la urbanización, encerada en tu coche, con las ventanillas subidas y el seguro puesto (por si acaso), mientras esperas pacientemente a que los niños del maíz te dejen paso, no sin antes marcarse una especie de danza tribal delante de los faros, danza que tu estás segura de que significa tu muerte. Te dejan pasar, sí, haciéndote un pasillo con niños a ambos lados, niños con balones que te miran fijamente y que sabes que en cualquier momento pueden tirartelo contra el cristal.

Estás en tu sofá, tan tranquila, intentando ver una película, mientras escuchas balonazos en el aparcamiento, justo donde sabes que está tu coche. Y sufres, claro, especialmente cuando los oyes decir cosas del tipo Este coche hace de portería...

Intentar pedirle responsabilidades a los padres de los niños del maíz es prácticamente imposible, porque están muertos. Han sido entregados a un extraño monstruo sanguinario o están bebiendo cerveza al lado de una barbacoa, cualquiera de las dos opciones son válidas; y el caso es que las criaturitas vagan libres imponiendo su dictadura de terror y sus ritos monstruosos.

Pero ya se han ido, menos mal. Hasta el próximo verano puedo respirar tranquila, pero volverán. Siempre vuelven. 

2 comentarios:

  1. Yo también vivo en una urbanización así, y justo en julio y agosto que en teoría es caundo más lo disfrutarías me veo haciendo tiempo para no ir a casa...¡¡¡¡qué horror!!!! y sino intenta ir a la piscina...o coger el ascensor que también es muy divertido jugar con él...yo no sé si los padres están muertos, pero más de una vez he pensado en matarlos yo...

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  2. Ufff, menos mal que aquí no tenemos ascensor, seguro que harían lo mismo. Por suerte ni a mi novio ni a mi nos gusta la piscina, pero hemos llegado al extremo de tener que quitar una peli porque por mucho volumen que le diéramos no nos enterábamos...

    Eso sí, ahora se está en la gloria! Y más con esta lluvia ;)

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