lunes, 8 de abril de 2013

#yotambiénsoymala, o Crónica de una travesura inconsciente

Así era como yo me imaginaba mi vida adulta
Os confieso que no sabía muy bien de qué hablaros hoy en una nueva entrega del Lunes Literario. Y no es por falta de noticias, ojo, que si empiezo no paro. El caso es que estaba dudando entre varios temas, cuando he visto en Twitter un particular concurso de la editorial Fábulas de Albión.

Si me leeis en Papel en Blanco ya sabréis que soy muy fan de Fábulas de Albión. No podía ser menos, siendo como es una editorial dedicada a autores ingleses clásicos y poco conocidos. Un poco rollo gótico, un poco de steampunk, misterio, fantasmas... ese tipo de cosas que tanto me gustan. Además, y por si fuera poco su símbolo es una tetera. Amor forever.

El caso (que me voy mucho por las ramas) es que para celebrar la publicación de El joven Moriarty de Sofía Rhei, la primera incursión de la editorial en la literatura infantil y juvenil, han puesto en marcha un concurso en Twitter bajo el hashtag #yotambiénsoymalo, y en el que hay que contar alguna trastada de la infancia (o de adultos, seamos malos).

Y es que ya sabéis que a mí un tuit como que se me queda corto, por lo que voy a utilizar esto como excusa para contaros una de mis escasas travesuras infantiles. Porque tenéis que saber que yo era una niña muy modosita. Muy cursi, muy repipi, que me creía Mary Lennox o Sara Crewe, que tomaba té desde la más tierna infancia, salía a pasear en mi caballo Byron o a leer en el jardín junto a mis perros.

Como podéis imaginar, no era muy dada a las travesuras (de hecho, no era muy dada a moverme en general) de modo que mi más gloriosa trastada fue, en realidad, fruto de la inconsciencia. Tenía nueve tiernos años y tras las clases de catecismo que se daban en la iglesia para hacer la comunión, me encontraba plácidamente jugando con mis amigas. Entrábamos y salíamos de la iglesia sin que nadie nos llamara mucho la atención, y no sé a qué estábamos jugando cuando vimos un libro de notas abierto y sobre un atril en una de las naves de la iglesia.

Y ahora es cuando viene lo bueno...

Con toda la inocencia que os podáis imaginar, yo, que vivía en mi mundo particular de galletas de mantequilla y florecillas silvestres, convencí a mis amigas de que era un libro de visitas y que debíamos firmar. De esta manera, una tras otra fuimos estampando nuestro nombre en el libro, y luego seguimos jugando tan tranquilas, sin nada que turbara nuestra paz.

Nos fuimos cada una a nuestra casa y la cosa no hubiera ido más allá de no ser por la vecina de una de mis amigas, que tras la misa de la tarde corrió espantada a su casa para averiguar qué había ocurrido para que el cura pronunciara nuestros nombres... en una misa de difuntos.

Confesamos nuestra culpabilidad, claro está, y yo además, como cabecilla instigadora tuve que explicar que había sido sin querer y que de verdad, de corazón, creía que se trataba de un libro de visitas como el que había visto en algunas catedrales. Me creyeron, supongo, porque una vez aclarado el misterio no se volvió a hablar del tema.

Así que ya veis, mi travesura más mítica no fue premeditada, ¡ni siquiera fue consciente! Seguro que hice alguna que otra, pero os prometo que no me acuerdo. Mi madre insiste en que yo era muy buena y, de todos modos, mi hermana ya hacía travesuras por las dos, así que la pobre mujer ya tenía bastante... 

Y vosotros ¿también sois malos? ;) ¿Sí? ¡Contádmelo! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario